lunes, 22 de octubre de 2007

"Auschwitz es la antítesis de la Revolución Francesa"

Y puestos a recuperar, he aquí otra de las entradas de 2005 que recogía una entrevista a uno de mis autores preferidos, Josep Fontana, que también se publicó en El País.



Texto: AGUSTÍ FANCELLI — Fotografía: CARMEN SECANELLA

Barcelona / EL PAÍS / Cultura / 23-04-2005
Profesor emérito de la Universitat Pompeu Fabra, Josep Fontana (Barcelona, 1931) es una referencia obligada para los historiadores que investigan los siglos XVIII y XIX españoles. Discípulo de Jaume Vicens Vives, es autor de obras fundamentales como La quiebra de la monarquía absoluta o El fin del antiguo régimen y la industrialización, 1787-1868, incluido en la Historia de Cataluña que dirigió Pierre Vilar.
Pregunta. ¿La Revolución Francesa es todavía el gran hito que abre la era contemporánea?
Respuesta. Es uno de los hitos esenciales de lo que podríamos llamar las aportaciones europeas al mundo contemporáneo. La identidad europea, a mi entender, se compone de tres cosas. Por una parte la Ilustración, que significa la creación de una cultura crítica, netamente europea. En segundo lugar, la Revolución Francesa, que implica una lucha por los derechos humanos, y que se diferencia fuertemente de la norteamericana en que ésta es una revolución de propietarios, mientras que aquélla tuvo un fuerte impulso popular. El tercer elemento lo identifico con la Primera Internacional, es decir, con la lucha por los derechos sociales. Considero estos tres factores los rasgos diferenciadores de la identidad europea.
P. ¿Estamos ante el nacimiento del Estado moderno y en cierto modo ante el embrión del futuro Estado de bienestar?
R. Como mínimo, estamos ante la consolidación del parlamentarismo. El Estado de bienestar lo relaciono más con la lucha por los derechos sociales de la Primera Internacional. La Segunda Guerra Mundial, en Europa, es a un tiempo una guerra contra el fascismo y a la vez el momento de nacimiento de ese Estado, el momento en que empieza a llamarse así. En el fondo, esa guerra es, al menos en teoría, una lucha por el mantenimiento de los derechos heredados de la Revolución Francesa.
P. Se conmemoran ahora los 60 años de la liberación de los campos de concentración nazis. ¿No representan Auschwitz, Hiroshima o tal vez las Torres Gemelas la cruda contemporaneidad mejor que la lejana Revolución Francesa?
R. Estábamos hablando de aportaciones positivas: ni Auschwitz, ni Hiroshima ni los atentados contra las Torres Gemelas lo son. En todo caso son obstáculos en ese camino. Auschwitz representa la antítesis de la Revolución Francesa, del conjunto de los valores europeos. Si algo distingue el marco político europeo es justamente la resistencia a los imperios. Los intentos de Napoleón y Hitler duraron poco, y los anteriores, como el Sacro Imperio Romano Germánico, no tuvieron la menor trascendencia. Auschwitz es el precio del fracaso de un imperio. Hiroshima es algo de más difícil interpretación, un principio y un final, o casi, en la medida en que después de Nagasaki ya no vuelve a haber ningún nuevo uso del arma nuclear. Y quizá lo más grave del 11 de setiembre, del atentado contra las Torres Gemelas, es la forma en que está siendo utilizado en nombre de la lucha contra el terrorismo para combatir todos los valores que yo identifico con Europa.
P. Pero el Estado que nace en esa Europa es el Estado-nación, que entrará en sangrientos conflictos con los nacionalismos románticos.
R. No hay que confundir nación y Estado. Yevgueni Primakov, primer ministro ruso, decía que si en el mundo hay 150 Estados y 2.000 nacionalidades y etnias, es evidente que la solución no puede pasar por la identificación del Estado con la nación. La confusión surge en el siglo XIX, cuando se fabrica ese monstruo híbrido llamado Estado-nación. La Ilustración une la idea de Estado a la de un contrato social entre unos súbditos y un Gobierno que los dirige. Pero a lo largo de los siglos XIX y XX ocurre que los Estados, para legitimarse, se identifican con las naciones, y eso comporta la invención de historias nacionales ad hoc, una aberración que no ha conducido más que a desastres. Por eso es preciso diferenciar entre la nación, que es un hecho fundamentalmente cultural y de conciencia, y el Estado, que deberíamos volver a basar en la idea del compromiso social.

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