miércoles, 27 de febrero de 2008

GI (III): Heridas de otra guerra

El diario El País publica un interesante artículo dedicado a las restauraciones que se están llevando a cabo en las obras de Goya La carga de los Mamelucos y Los fusilamientos del Tres de Mayo, del que tengo pendiente una entrada exclusiva. Se trata de los desperfectos que sufrieron los cuadros en plena Guerra Civil cuando fueron trasladados de Valencia a Barcelona siguiendo los pasos del Gobierno de la República.
De todo el artículo, llama la atención el dato que ofrece el despiece titulado 'Destellos', en el que se da cuenta de la identidad del protagonista de Los fusilamientos...: según Juan Manuel Sánchez Ríos, quien ha dedicado años de estudio al tema de los acontecimientos de la montaña del Príncipe Pío, aquel personaje que abre horrorizado los brazos a punto de ser fusilado se llamaba Martín de Ruzcabado (o Ruzcavado, según donde se mire).
Las restauraciones pretenden dejar los lienzos preparados en las mejores condiciones para la próxima exposición que se prepara en el Museo del Prado titulada Goya y los años de la guerra, y que estará abierta entre el 14 de abril y el 13 de julio dentro de la conmemoración del Bicentenario de la Guerra de la Independencia.
Creo que el contenido de todo artículo es muy recomendable.

domingo, 17 de febrero de 2008

GI (II): "No fue Guerra de la Independencia"... ¿o sí?

Decíamos ayer que me gustaría que leyerais una carta publicada en el número 112 (febrero 2008) de la revista mensual 'La Aventura de la Historia' relacionada con el tema de la Guerra de la Independencia, y que precisamente pone en entredicho la idoneidad de esta denominación. No pretendo hacer una réplica a la misiva, que más propio sería hacerlo a través de la propia publicación, sino más bien comentar ciertos aspectos referidos fundamentalmente a la terminología histórica, dado que la carta va precisamente de eso. Os la transcribo:

No fue "Guerra de la Independencia"

La historiografía española y el uso popular y político de inspiración y sentimiento nacionalistas acabaron denominando Guerra de la Independencia al conflicto hispano-francés de 1808-1814. La consolidación de esta terminología se explica más por el momento y las circunstancias históricas en que se acuñó, en pleno siglo del nacionalismo clásico y de la afirmación de las nacionalidades europeas, que por la verdadera significación del vocablo y del concepto "independencia".
Sostenemos la inexactitud histórica, la incoherencia conceptual y la inconveniencia política de mantener una denominación que no sólo desvirtúa la realidad histórica de aquel proceso bélico y revolucionario, sino que, además, subordina simbólica, estética y gratuitamente, la nación y el nombre de España a un país extranjero. La expresión "de la Independencia" enmarca subrepticiamente el nombre de España en una falsa dicotomía metrópoli-colonia, ajena por completo a la identidad de España y al esquema de las relaciones históricas hispano-francesas. Destacamos sus elementos básicos:
1. No hubo conquista o acción bélica de invasión de España en el inicio, sino una ocupación de facto de parte del territorio y un golpe de Estado a la autoridad española, con el traslado de la familia real a territorio francés.
Las tropas francesas entraron en España como aliadas y con cobertura jurídica y política (Tratado de Fontainebleau, 1807). Como respuesta, el pueblo español comenzó las hostilidades contra el ejército ocupante.
La ocupación del territorio por los franceses fue parcial, intermitente e irregular. Junto a la guerra de guerrillas hubo ejércitos regulares españoles que se desplazaron por toda España y que se batieron durante años contra sus enemigos franceses. En Cádiz, mientras tanto, se reunieron diputados de toda la monarquía española, incluyendo los territorios americanos, para redactar y aprobar una Constitución. Así pues, la repetida imagen de España como Estado conquistado y vasallo de Francia es sustancialmente inexacta, además de ofensiva.
2. No se produjo transferencia de soberanía española a ninguna autoridad francesa, sino que la misma fue asumida por el pueblo español, a quien pasó de modo directo. No hubo dependencia ni legal ni sustantiva de España respecto de Francia. Secuestrada la autoridad legal, los Reyes y su familia, la soberanía nacional, en un proceso inédito y revolucionario, pasó directamente al pueblo, que la asumió espontáneamente con la creación de las Juntas Provinciales, que serían coordinadas por la Junta Suprema Central, órgano máximo de gobierno. Ésta nombró un Consejo de Regencia (órgano de poder ejecutivo) y convocó las Cortes (órgano de poder legislativo) que acabarían aprobando la Constitución de Cádiz de 1812. Durante todo el período bélico se desarrolló en gran parte del territorio una intensa actividad gubernativa, legislativa y de organización y defensa militar que no habría sido posible en un país conquistado o subordinado. No existió, por tanto, dependencia, ni formal ni sustantiva, de España respecto de Francia. Muy al contrario, se trató de una de las primeras veces en que el pueblo asumió directa y legítimamente la soberanía nacional.
No existió tampoco en España una autoridad legal o legítima francesa. Las abdicaciones a la Corona española realizadas por Carlos IV y Fernando VII, así como el nombramiento por Napoleón Bonaparte de su hermano José como rey de España, fueron nulos de pleno derecho por hallarse secuestrada la autoridad legal española. En definitiva, la expresión Guerra de la Independencia resulta hoy claramente anómala y contraproducente. No parece apropiado ni inteligente la pervivencia de esa terminología, ni la de sus elementos derivados, como es el caso de múltiples lugares de la memoria.
La conmemoración en 2008 del bicentenario de esa efeméride constituye la oportunidad idónea para mudar esa incorrecta denominación. Otras fórmulas que no impliquen subordinación, como sería la de Guerra y Revolución de 1808, o incluso la conocida de Guerra Peninsular, serían opciones preferibles. El cambio de denominación de aquel proceso bélico y revolucionario constituiría una importantísima aportación a la verdad histórica, y a la dignidad y el nombre de España.

Álvaro Durántez Prados

¿Qué os ha parecido? Pues a primera vista parece que no le faltan elementos para justificar su petición, pero son muchas las cuestiones discutibles en su argumentación, empezando por el propio término "independencia": si acudimos a la institución que fija "las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza", es decir, la RAE, independencia viene definida en su segunda acepción como "Libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro." Y parece evidente que España no gozaba de ese estatus invadido por las tropas francesas.
También es discutible el concepto de "revolución" que maneja, pues el regreso de Fernando VII demostró que los cambios sociales y políticos ni fueron definitivos ni tan profundos como para aplicar ese término. Volvamos al Diccionario:
2. f. Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
Si atendemos a la segunda acepción, más parece que la revolución la hicieron los franceses. Si lo hacemos a la cuarta, en absoluto. Menos aún se puede aplicar el concepto más allá de 1814: se volvió al absolutismo, desgraciadamente, en la figura de un monarca indigno y traidor como Fernando VII.
Además se podría poner en duda la capacidad del Consejo de Regencia y las Cortes como órganos efectivos de los poderes ejecutivo y legislativo del país, pues eran más bien intentos a la desesperada para hacer frente al invasor en un clima bélico.
A pesar de lo dicho, entiendo el sentido último de la queja de la carta, pues no era España una colonia de Francia en sentido estricto. Pero es que fue el propio Napoleón el que puso a su hermano mayor como rey, marcando distancias respecto a las intenciones de cualquier metrópoli de la época, que a lo sumo delegaban parte del poder a través de dominios (modelo británico) o departamentos y protectorados (modelo francés no aplicado, ni de lejos, en España). Así que parece que es hilar demasiado fino hablar de intenciones subrepticias al llamar a la contienda "Guerra de la Independencia", más aún teniendo en cuenta que dicha denominación no la propusieron los franceses, sino los propios españoles a mediados del siglo XIX contribuyendo a la épica del enfrentamiento popular frente al ejército más poderoso de la época. Así lo reconoce en el número 111 de la susodicha revista el catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona Ricardo García Cárcel, quien cita a los autores que institucionalizaron el término para "sublimar el concepto de Nación como gran conquista en buena parte, para disfrazar las limitaciones en los logros de los sueños revolucionarios".
Bueno, disculpad la extensión de la entrada, pero espero haber contribuido, modestamente, a entender mejor aquellos acontecimientos. Por supuesto, se admiten comentarios.

sábado, 16 de febrero de 2008

Guerra de la Independencia (I): La carga de los mamelucos

Hace tiempo que vengo dando vueltas al asunto del Bicentenario de la ocupación napoleónica en España y temo que el atracón informativo pueda hartarnos antes de saborear el primer bocado. Pero no seré yo quien se queje de la perenne actualidad de la Historia, así que me subo al carro con prudencia y buscando aspectos menos habituales que os puedan ser de ayuda e interés. Por eso me he decidido por los mamelucos, que eran (en ese momento histórico) mercenarios egipcios que formaron parte del Ejército napoleónico y que intervinieron en alguno de los conflictos más relevantes que acometió el general francés, entre ellos la invasión de España.
La imagen inmediata a la que nos remite la actuación de las tropas mamelucas en nuestro país es el cuadro El Dos de Mayo de 1808 en Madrid, más conocido como La carga de los mamelucos, óleo de Francisco de Goya, el gran artista español de la época, cuya obra abarca desde amables cuadros de escenas cotidianas y festivas (El Parasol, La gallina ciega...), hasta brutales denuncias sociales y políticas (Las Pinturas Negras, Los Desastres de la Guerra...). Y no nos olvidemos al artista revolucionario que fue, fascinante o enigmático, o ambas cosas a la vez (Perro semihundido, también conocido como Perro enterrado en la arena). Habrá que regresar al Museo del Prado un día de estos, más aún teniendo en cuenta que se prepara una exposición con motivo del Bicentenario de la Guerra de la Independencia.
Entre las muchas páginas que sobre el asunto podemos encontrar en internet, os dejo esta dirección en la que se hace un detallado recorrido, día a día, sobre los acontecimientos de la contienda, además de recopilar todas las actividades que se van a desarrollar con motivo del Bicentenario.
No me resisto a enlazaros a las biografías de cuatro personajes claves del momento: al temeroso y traicionado Carlos IV; al gran felón Fernando VII; a Napoleón (así, sin adjetivos), y al vilipendiado José Bonaparte.
Amenazo con más entregas dedicadas a la Guerra de la Independencia (en el título de las próximas entradas pondré simplemente GI), la próxima referida a una interesante carta que publicaron en una de las revistas de divulgación histórica recientemente. Y prometo otra dedicada en exclusiva al cuadro de los Fusilamientos del Tres de Mayo. Así que no dejo enlaces a la obra hasta mejor ocasión.

domingo, 3 de febrero de 2008

Himnos y letras

Había prometido, a raíz del debate suscitado en clase de Historia de España de 2º de Bachillerato sobre el fallido intento de poner letra al himno, incluir una entrada dedicada al tema, y aquí está. Los himnos nacionales suelen tener un marcado carácter romántico que cantan viejas glorias u honrosas derrotas, casi siempre con altas dosis de violencia. Un pequeño repaso a alguno de los más famosos, como 'La Marsellesa' francesa, el himno revolucionario por excelencia, dan buena cuenta de ello:

¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos,
¡Que una sangre impura
empape nuestros surcos!

¿Más ejemplos? Pues el de México no tiene desperdicio:

Mexicanos, al grito de guerra
El acero aprestad y el bridón,
Y retiemble en sus centros la tierra
Al sonoro rugir del cañón.


Y como intuimos en clase con el himno de Rumanía (aprovechando la presencia del compañero Razvan), también se incluyen en sus versos ardientes llamadas a la libertad y el fin de las cadenas:

¡Despierta, rumano, del sueño de la muerte
en el que te sumieron los bárbaros tiranos!
Ahora o nunca, fórjate otro destino
ante el cual se inclinen hasta tus crueles enemigos.

Creo que en nuestros días es muy difícil crear letras para himnos, pues ahora no nos identificaríamos con estrofas sangrientas, guerreras, brutales en ocasiones. Por otro lado, en un país tan plural como España, con sensibilidades diferenciadas, será muy difícil encontrar una letra que aglutine los sentimientos de una gran mayoría, teniendo en cuenta, además, que no son pocos los que creen innecesario abrir un debate público respecto al himno y que se sienten identificados con una Marcha Real sin letra oficial (entre los que, en principio, me incluyo). Estamos demasiado lejos en el tiempo y en las intenciones de un espíritu Romántico que alentaron esas letras. Os propongo dos enlaces a aquella época: Romanticismo I y Romanticismo II.
Una última recomendación: Wikipedia incluye una buena página dedicada a los himnos nacionales, con su correspondiente traducción y enlaces sonoros.